Buscando ampliar mis horizontes en la cultura japonesa más allá de las cuerdas, en este último viaje de dos meses a Japón me encontré inmersa en un proceso de meditación, auto descubrimiento y curación personal. Dentro de este camino por templos budistas practicando una vida acética sobre las montañas, una de las cosas que más me movilizó al bajar a la ciudad de Kioto fue una visita que hice a un jardín zen llamado Ryoan-ji.
Existen muchas visiones sobre lo que significan estas quince piedras cuidadosamente seleccionadas dispersas en cinco grupos apenas rodeados por una fina capa de moho, dentro de un rectángulo de 248 metros cuadrados, relleno de gravilla blanca concienzudamente peinada por los monjes a diario. Esta maravilla se contempla desde la galería del templo situado en paralelo a uno de los lados largos del rectángulo del jardín. Uno se sienta sobre los tablones de madera y medita maravillado sobre lo que se le presenta delante de su mirada. No se puede ver la totalidad de las 15 piedras desde ningún sitio y a medida que vamos cambiando de lugar de meditación, las piedras que estaban ocultas se hacen visibles pero al mismo tiempo, algunas de las que estaban visibles se han ocultado. No existe una explicación sobre lo que todo esto significa.
Cada uno debe buscar su propia interpretación. Algunos ven los picos de varias montañas elevándose sobre las nubes. Otros ven las pisadas de una tigresa llevando a su cachorro a través de un estanque de agua. Otros ven islas rodeadas por corrientes de agua. Yo no vi nada de aquello. Sólo me dediqué a sentir. El movimiento del sol sobre las rocas provoca sombras cada vez más alargadas en la grava. El paso del tiempo y las estaciones del año se ven reflejadas en los colores de la hermosa vegetación que sobresale de las bajas paredes de arcilla que rodean el recinto. A simple vista, el jardín parece imperturbable así como nosotros también lo parecemos. A medida que cambiamos de lugar y se nos revela lo que antes no podíamos ver, también dejamos de ver aquello que hemos visto. Nada permanece igual. Se trabaja la humildad y la aceptación de nuestro lugar y de lo que nos es brindado en aquél momento determinado. Lo que creímos conocer en la otra posición, nunca sigue siendo lo que fue. Nosotros cambiamos, nuestra percepción cambia y la realidad cambia en un fluir inevitable y perpetuo. Humildad, aceptación y agradecimiento de lo revelado en la medida justa y en el momento justo.
Es el delicado equilibro entre estos últimos conceptos lo que creo, es la clave para muchas cosas en la vida pero especialmente, para las relaciones entre maestros, alumnos y discípulos de algunas disciplinas (entre las que incluyo el shibari/kinbaku).
En determinado punto de mi viaje, quizás fruto de la meditación, visualicé este concepto del Jardín Zen relacionado con mi camino y mis descubrimientos en mi aprendizaje del shibari/kinbaku. Fue así como visualicé que, formando parte de un todo fiel a las tradiciones y la esencia japonesa, cada uno de los grandes maestros del shibari/kinbaku actual tiene su visión especial de este arte desde su punto de vista. Es como si cada uno de ellos lo viera sutilmente diferente pero con el mismo esplendor de aquello que utilizaban milenariamente los legendarios Samurais.
Ese descubrimiento, sumado a mis últimas experiencias de aprendizaje, me ha hecho caer en la cuenta que quien transita estos caminos, luego de algún tiempo de aprendizaje y cuando evolucione por encima de las técnicas, podrá ampliar su visión todo cuanto pueda, al tratar de captar la esencia de aquello que percibe de maestros y pares y, anclado en los principios fundamentales del shibari/kinbaku y de la cultura japonesa, podrá ir forjando su camino dejando fluir el shibari/kinbaku que nace de lo que lleve dentro.
Poniéndome a analizar un poco sobre mi propia historia y lo que tengo al alcance de mi vista, debo agradecer a Osada Steve por haber sido el primer sensei que tuvo la visión de acercar esta hermosa cultura al mundo occidental. Sus viajes a Europa para difundir este arte fueron lo que visualizo hoy como el nacimiento de esta gran fascinación que toda la comunidad del continente siente por las cuerdas y las ataduras japonesas. Su posterior enfermedad llevó a un impensado movimiento que, quizás sin nadie imaginarlo, trajo a Europa a los primeros sensei japoneses. Fue un paso importante ya que tradicionalmente los sensei de Japón no salían de la isla para enseñar. Al hacerlo pudieron percibir en Europa una comunidad creciente y ávida de continuar su camino en el shibari/kinbaku que, a mi entender, los sorprendió gratamente. Luego de que se le ofreciera a Kazami Ranki reemplazar a Osada Steve en Londres, se sucedieron muchas otras visitas de grandes maestros entre los que podemos nombrar a Yukimura Haruki, Naka Akira, Hajime Kinoko, Otonawa y Nawashi Kanna.
Quizás sea Osada Steve quien tuvo la primera visión de la enseñanza del shibari/kinbaku al más puro estilo de un arte marcial dentro de una estructura del tipo Ryu, con niveles Kyu, y con la posibilidad de ir accediendo a ellos a través del esfuerzo personal y la perseverancia. No es de extrañarse que así sea dada su formación como artista marcial y su raíz occidental, pese a haber vivido más de treinta años ya en Japón. Reconocido por los propios grandes maestros japoneses como el primer gaijin (extranjero) en merecerse heredar el nombre de quien fuera su sensei, Osada Eikichi, padre del Shibari/Kinbaku escénico (como puede leerse en estas dos publicaciones), Osada Steve se dedicó a impulsar a sus alumnos a que además de estudiar Shibari, se empaparan de otras disciplinas japonesas. Su intención, desde mi punto de vista, es la de poder abrir la mente de sus alumnos a comprender la cultura japonesa como un todo y de esa forma lograr una mejor interpretación del Shibari/Kinbaku.
Fue así como me sentí atraída a estudiar el idioma japonés y además ponerme a estudiar Shodó (caligrafía japonesa), el Bonsai, el Aikido, la medicina japonesa y el Budismo. Efectivamente todo este bagaje de experiencias me predispuso a abordar la práctica del Kinbaku desde un marco culturalmente más enriquecido.
En abril de 2014 tuve la oportunidad de asistir a un workshop en Barcelona dictado por el legendario Nawashi Kanna sensei de Tokio (sucesor actual del estilo de Akechi Denki sensei). En aquél momento me sorprendió la vehemencia con la que él remarcaba conceptos que para él eran muy importantes. Entre ellos, el no reconocer la existencia de un Kanna–Ryu o escuela de Kanna sensei. El prefiere que se hable de su arte como “el estilo de Nawashi Kanna sensei” y al mismo tiempo no permite que nadie se llame “alumno de Nawashi Kanna sensei”. Analizando este punto de vista luego de un tiempo, pude comprender el grado de responsabilidad y honor que conlleva para un sensei japonés el legar su conocimiento en alguien y reconocerlo como su alumno públicamente.
Es tomando en cuenta hoy la seriedad con la que Nawashi Kanna sensei se refería a la dinámica y los códigos que deben existir entre maestro, alumnos y discípulos; que me siento en la actualidad profundamente honrada y agradecida de todo lo que me fue sucediendo a lo largo de mi joven camino en el shibari/kinbaku. Quizás uno desde un punto de vista occidental podría pensar que todo esto sucedió porque uno invirtió tiempo y dinero en tomar esas clases de shibari/kinbaku, sin embargo, desde el punto de vista de la tradición japonesa siento que nunca existió dinero que pueda comprar el sentimiento de lealtad, de confianza, de entrega que un alumno en esta cultura puede sentir por y de su sensei.
Fue en marzo de 2013 que a Osada Steve sensei le pareció oportuno contactarme para clases privadas con Yukimura Haruki sensei en Tokio luego de que yo hubiera asistido a su workshop en el Copenhagen Shibari Dojo de Dinamarca en agosto de 2012. Fue un honor para mí este camino que me señalaba Osada Steve sensei, al que nunca hubiera accedido sin su iniciativa ya que me sentía su alumna. Han habido también ortas personas con las que me contactó Osada Steve que influyeron en mi desarrollo como bakushi, pero de ellas hablaré en otros escritos oportunamente.
Es notable la diferencia de las posibilidades de aprender en una clase privada con respecto a un workshop dada la dedicación exclusiva del sensei hacia el alumno. Solamente cultivando una continua relación y repetida asistencia a clases privadas es que un alumno puede lograr el reconocimiento por parte del sensei de su condición de alumno de él. Me tomó más de tres años de conocerlo, y muchas clases privadas el lograr que Yukimura sensei me viera como bakushi y me aceptara como su alumna nombrándome como «HaruTsubaki«. Muchos podrán sentir o pensar equivocadamente que esto para mi significa una meta cumplida. Sin embargo, esto tan solo el humilde primer paso de un hermoso camino en el que recién me inicio y en el que aún queda todo un mundo por descubrir.
Yukimura Haruki sensei, nacido en 1948 está considerado como uno de los más activos bakushis de hoy en día. Es productor, editor, fotógrafo y actor de más de 2500 videos de shibari/kinbaku, mucho más de lo que cualquier otro bakushi haya producido. Siendo que la escuela de Osada Steve, heredero del linaje de Osada Ekichi, está más relacionada con el shibari/kinbaku escénico, la de Yukimura Haruki, por otro lado, puede considerarse la artesanal veta intimista de este arte. Su foco está muy relacionado con la intensa relación que se produce en la sesión entre el atador, el atado, y las cuerdas. Todo gira en torno al manejo de energías y al fluir de las mismas. Sus numerosos videos captan en primerísimo plano las reacciones de la persona atada frente a sus ataduras, que sin necesitar la espectacularidad de las suspensiones, provocan contenidos intensos, famosamente conocido como el “caressing style” (el estilo que acaricia). Sus ataduras, artesanal y delicadamente compuestas a medida que las desarrolla, son de una belleza exquisita y manejan con delicadeza el sugestivo juego íntimo donde el atador se regodea en el control, la exhibición y el pudor de la mujer japonesa frente a su situación de indefensión Shuuchinawa (羞耻 縄).
Este estilo, tan ligado a la energía y a la comunicación con la persona atada, se relacionó casi de forma inmediata en mi mente con mis ejercicios de meditación, de respiración, y con otras técnicas aprendidas en esas disciplinas que antes mencionaba. Se vuelve innegable entonces para mí, que este camino está íntimamente ligado a una senda de autodescubrimiento y de desarrollo personal que se vuelve tan personal como íntima y que lleva, indefectiblemente la impronta del espíritu del atador. Un camino que se enriquece con cada experiencia, con cada atadura, con cada visión del trabajo de otros bakushis, y que hoy en día es mí camino personal.